lunes, 27 de septiembre de 2010

Kirchner y la suicida politica economica.

Una riesgosa apuesta económica

De cara a las próximas elecciones presidenciales, el Gobierno apunta a sostener un alto nivel de actividad económica asumiendo que esa reactivación forzada tendrá como costo una mayor tasa de inflación.

Por Roberto Cachanosky

Puesto en otras palabras, la apuesta sería que el costo electoral de más inflación (por más que el Indec no la reconozca) será inferior al beneficio de más actividad económica. La evidencia histórica reciente no muestra necesariamente que a más actividad económica, mayor caudal electoral. Por ejemplo, en 1995 Carlos Menem ganó ampliamente las elecciones con una economía que sufría el impacto de la crisis del efecto tequila . Ese año el PBI cayó el 2,9% y el consumo privado disminuyó el 4,4%. En 1997 el oficialismo perdió las elecciones, incluso Graciela Fernández Meijide ganó en la provincia de Buenos Aires frente a "Chiche" Duhalde, con un PBI que creció el 8,1%, mientras que el consumo privado se expandía al 9 por ciento.

De lo anterior se desprende que si la teoría del Gobierno fuera cierta, Menem debería haber perdido las elecciones de 1995 y ganado las de 1997, lo cual nos indica que una fiesta de consumo no necesariamente lleva a un resultado electoral ganador. En los dos años comentados no hubo inflación. A diferencia de los 90, ahora tenemos una combinación diferente: más actividad, pero con inflación alta y con tendencia a aumentar, de acuerdo con las nuevas pautas monetarias del Banco Central.

¿Cuáles son los factores que juegan a favor de un mayor nivel de actividad? En primer lugar, Brasil, con su tipo de cambio rondando los 1,80 reales por dólar, absorbe buena parte de las exportaciones argentinas, como es el caso automotor. En segundo lugar, los buenos precios de la soja más las condiciones climáticas contribuyen a sostener las exportaciones y la actividad en el mercado interno, particularmente en el interior. Un tercer factor que influye para sostener el consumo es el anclaje del tipo de cambio: mucha gente decide desprenderse de los dólares para comprar una propiedad, sector que ve como refugio de valor. El cuarto elemento que incentiva el consumo es la expectativa inflacionaria de la gente. Cuando el tenedor de una tarjeta de crédito adquiere algún electrodoméstico en varias cuotas sin intereses, está apostando a que la inflación licue la cuota. Esta licuación mediante el endeudamiento en cuotas vía tarjeta tiene un límite: la capacidad de pago que tiene la gente para afrontar varias cuotas en su tarjeta de crédito y seguir comprando en el supermercado.

Pero la inflación también influye en términos de anticipo de consumo porque la gente sabe que si retiene los pesos, mañana podrá comprar menos bienes con la misma cantidad nominal de moneda. Finalmente, siendo muy baja la capacidad de ahorro de la gente, y sabiendo que por ahora no podrán acceder a créditos hipotecarios que le permitan acceder a la compra de la vivienda propia, la gente destina parte de su ingreso a la compra de bienes de consumo durable como, por ejemplo, un auto.

Dejando de lado las factores externos que contribuyen a sostener el nivel de actividad, lo que se percibe es que mantener el nivel de actividad interna basado en expectativas inflacionarias, anclaje del tipo de cambio frente a una tasa de inflación mensual que se ubica en el 2% mensual y huida del dinero no constituye un esquema sostenible en el tiempo. El proceso sólido para mejorar el nivel de consumo se basa en un previo incremento de las inversiones que permita bajar la tasa de desocupación y absorber la nueva mano de obra que todos los años se incorpora al mercado laboral. Una vez lograda esa inversión, crece la productividad, la demanda de trabajo y los salarios reales aumentan, haciendo que sea posible sostener el incremento del consumo. Este es el camino sólido que debería seguir la economía, pero el Gobierno optó por privilegiar el consumo en el corto plazo, en detrimento de la inversión.

El último informe de la Cepal, una institución que no puede ser tildada de conservadora, sobre la inversión extranjera directa (IED) en América latina muestra que de los US$ 54.454 millones que recibió América del Sur en 2009, primero se ubicó Brasil, con 25.949 millones; luego Chile, con 12.702 millones; en tercer lugar, Colombia, con 7201 millones; cuarta, la Argentina, con 4895 millones y muy cerca, en el quinto puesto, Perú, con 4760 millones. La Argentina no sólo ha bajado del tercero al cuarto puesto en la recepción de IED, sino que, además, se mantiene estancada con relación al promedio anual del período 2000-2005.

El Indice de Competitividad Global muestra que los problemas más importantes para hacer negocios en la Argentina son la inestabilidad de las políticas públicas, la inflación, el acceso al financiamiento y la corrupción, entre otros rubros, lo que nos ubica en el puesto 87 entre 139 países evaluados. Si a estos datos de escaso interés por invertir en la Argentina se le agregan los piquetes de Moyano, el proyecto de ley para socializar las ganancias de las empresas y privatizar las pérdidas, más las permanentes amenazas a la propiedad privada, queda claro que todo se limita a aprovechar el contexto internacional y apostar al consumo artificial vía más inflación. Habrá que ver si la inflación producida por el BCRA no termina licuando el salario real y la apuesta de más consumo de cara a las elecciones finaliza en un fracaso o si, al momento de votar, la inflación termina pesando más que la actividad económica en el ánimo del electorado.

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