domingo, 20 de febrero de 2011

Enseñan a los niños a cometer delitos.

La enseñanza del "escrache" en las escuelas, una medida que debería ser revisada
Intentar presentar a un delito como a una forma de participación social constituye un error de magnitud. Tanto como suponer que se puede, ya entrando en la vía del absurdo, promover una cultura del escrache, del piquete y la patota.

Un sistema educativo deficiente por donde se lo mire, que sufre serios problemas de tipo estructural, que no puede garantizar, siquiera, la posibilidad de que se cumpla con el mínimo ideal de días de clase, con cada vez más ostensibles falencias en la instrucción y formación de los niños y jóvenes, polemiza ahora sobre la alternativa de incluir los "escraches" como una de las formas de participación política, en el programa de estudios de la materia Política y Ciudadanía que, desde este año, se dictará en los quintos años de las escuelas bonaerenses.
La iniciativa impulsada por el área educativa provincial ha derivado en fuertes debates académicos y políticos. Y según declaraciones oficiales, se propone profundizar en los estudiantes nociones como ideología, hegemonía, imaginarios sociales y el poder. También se abordarán las luchas sociales que posibilitaron la conquista de derechos civiles, sociales y políticos.
Está claro que los "escraches", que son actos delictivos que se traducen en agresiones a las personas y a los bienes, aplicados además a través de métodos patoteriles y habitualmente con modalidades alevosas, de ningún modo pueden formar parte de los contenidos educativos de la Provincia ni ser considerados como modalidades de legítima participación ciudadana.
La educación impone sobre los jóvenes temas y asuntos que ella misma selecciona. Si fuera la realidad -tal como se alegó- la que dicta los programas, nada impediría que se intentara capacitar a los jóvenes en boquetes, salideras y otras modalidades delictivas en boga. Esa también es "una realidad que no puede ser negada" y, sin embargo, no por eso forma parte de la currícula escolar. La educación fue concebida por las sociedades para formar a los niños y jóvenes en el conocimiento y en una escala de valores morales y ciudadanos, no para deformarlos. La tolerancia y el respeto al prójimo, así como el rechazo de cualquier variante "justiciera", deberían ser parte esencial de la formación educativa.
Se sabe que la metodología de los denominados escraches responde a una concepción totalitaria que sustituye el debate civilizado y la acción de la Justicia por una suerte de patoterismo supuestamente justiciero.
Algunas explicaciones brindadas por el titular del área educativa provincial -que defendió que los alumnos estudien el tema sin que se hagan juicios de valor sobre esas manifestaciones-, aun cuando luego advirtió que los escraches son procedimientos fascistas, resultan, cuanto menos, contradictorias.
Intentar presentar a un delito como a una forma de participación social constituye un error de magnitud. Tanto como suponer que se puede, ya entrando en la vía del absurdo, promover una cultura del escrache, del piquete y la patota. Cada una de estas modalidades no son ni más ni menos que una variante de violencia que avasalla derechos de terceros, además de vulnerar un bien colectivo como es el de la tranquilidad pública.
El país tiene memoria de tiempos dolorosos en los que la violencia política llegó a instalar el terror cotidiano. Frente al tenebroso accionar de aquellas épocas todo parece pequeño. Pero no puede perderse de vista que la violencia engendra violencia y que siempre crece como una espiral si no se la frena a tiempo.
Los argentinos han dado sobradas muestras de querer vivir en un clima de armonía social, en el que las diferencias se diriman por métodos civilizados y en el que impere la tolerancia. Sobran, por consiguiente, ejemplos paradigmáticos de comportamiento social que deben ser expuestos, antes de obligar a los jóvenes a estudiar el presunto contenido social de episodios y conductas que son profundamente disvaliosos. Las escuelas no han sido concebidas para cumplir tan pobre y equivocada finalidad.
Editorial El Día

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